Para que sus nombres no se borren… (Parte I)

 

Sirva esta de introducción a sucesivas líneas en las que se recogerán las luchas silenciadas de esas mujeres a las que tanto les debemos.

MUJERES REPUBLICANAS

Los progresos sociales y políticos proyectados con la llegada de la II República, se plasmaron también en el ámbito de la mujer. Las reivindicaciones femeninas hicieron alentar una esperanza en la lucha de las mujeres por salir del ostracismo y marginación, en el que habían permanecido a lo largo de tantos años. La pretensión de conseguir una igualdad y un reconocimiento del papel de la mujer en la sociedad española, hizo que la movilización femenina englobara a muchas de ellas que llevaron las peticiones a la calle y reivindicar los derechos que les correspondían.

La mujer estaba postergada en exclusividad al servicio de sus familias y hogares, una sumisión profunda a los maridos, teniendo papeles secundarios en cualquier orden de la sociedad y sin tener participación, ni capacidad de decisión.

El inicio de la guerra civil multiplicó los esfuerzos colectivos de las mujeres para exigir una serie de intereses comunes, pero sobre todo, para evidenciar el papel protagonista femenino con la creación de espacios de lucha y la valoración de su presencia en el bando republicano.

El desarrollo de la “Agrupación de Mujeres Antifascista” en labores de retaguardia, en la creación de comités de ayuda y auxilio y en la organización del trabajo femenino, ocupando las vacantes de los hombres que iban al frente de batalla, hizo que muchas mujeres se comprometieran en la lucha y en la salvaguardia del sistema republicano y democrático. La movilización fue generalizada y ayudó a que las mujeres salieran del entorno tradicional de sus casas y se unieran al combate y a la ayuda desinteresada a favor de la República. Fue un hecho generalizado, espontáneo y natural, sin ningún tipo de presión y actuando con naturalidad e independencia, teniendo una influencia en movimientos y asociaciones femeninos que se crearon con posterioridad.

Sin embargo, con el final de la guerra y la derrota de las fuerzas republicanas, el régimen dictatorial recién instaurado puso en marcha, desde antes de finalizar la guerra una represión sistemática, metódica y premeditada, que perduró durante muchos años, hasta construir una de sus principales señas de identidad. El panorama general que se vivió entre los partidarios de la República, no pudo ser más desastroso: miseria, hambre, delaciones, exilio, represión y muerte, reflejándose la dureza de la posguerra en la vida cotidiana de los vencidos. Juicios sumarísimos, cárceles saturadas, campos de concentraciones, compañías de trabajo, censuras, ley de fugas, fusilamientos y control estricto en todas las facetas de la vida, estuvieron a la orden del día.

La represión franquista no fue menos con las mujeres, odiadas y vilipendiadas, por su trabajo y esfuerzo en tiempos de guerra. El ideal de mujer difundido por la nueva España falangista y de ideología nacional-católica, consideraba que su espacio vital era la reclusión en el hogar y la sumisión en su papel de esposas y madres. Algo a lo que la mujer republicana se negó, debido a que estaba luchando contra esas imposiciones tradicionales y arcaicas. Por este motivo, las mujeres fueron víctimas de una crueldad y una presión social, política e ideológica, inclusive más fuerte que a sus propios compañeros. La sección femenina de Falange contribuyó a la expresión y desarrollo de ese ideal de mujer, alentado y apoyado desde todos los sectores eclesiásticos.

Las “rojas” como así fueron calificadas, sufrieron una estigmatización social grande, siendo víctimas de actos de deshonra y humillación como la toma de aceite de ricino y el famoso corte de pelo al cero, para que la gente conociera públicamente su papel de “roja” o familiar de republicano, una especie de sanción y escarmiento que se generalizó y desarrollo como si fuera una ceremonia social, en la que las protagonistas eran ellas, acusadas y represaliadas por sus verdugos falangistas.

A pesar de la represión y las circunstancias negativas que tenían, muchas mujeres republicanas, contribuyeron de manera amplia a la lucha y al combate antifranquista. Ellas tomaron parte activa y esencial en las actividades políticas a favor de la vuelta a la legalidad republicana. Desde la clandestinidad trabajaron y combatieron en labores de propaganda y agitación, siendo enlaces y apoyo clandestino, estaban comprometidas a esa causa y fueron militantes en organizaciones políticas de izquierda. También participaron en la lucha armada, dentro de las agrupaciones guerrilleras que combatieron a las fuerzas del orden franquistas, a lo largo de toda la geografía española, tomando parte directa en la lucha o siendo los principales puntos de apoyo de los guerrilleros.

La desmoralización y el temor estaban presentes en aquellas mujeres combatientes, combinados a la vez con la confianza y valentía en conseguir sus propósitos. Eran sentimientos que cohabitaban en el interior de cada una de ellas, precavidas ante el trabajo clandestino, pero arriesgadas en las labores y actividades políticas, para que regresaran las condiciones de libertad y democracia, en el seno de la sociedad española.

Su temprana participación en organizaciones políticas, ya fueran juveniles, como la JSU o en el PCE, casi todas estuvieron en la guerra civil militando en esas organizaciones, sufrieron varias detenciones que no les impidieron seguir con valentía y decisión en la lucha antifranquista clandestina, siguieron combatiendo en el interior de las cárceles en contra de la represión de sus opresores y cuando salieron en libertad, todas tenían la conciencia clara de que no estaban arrepentidas de su trabajo y esfuerzo combatiente y que si lo tuvieran que repetir, lo hubieran hecho de igual manera.